Mateo Marco Amorós / Bardomeras y meandros
Ilustración / Joaquín Marín
«El patio escolar está revuelto. La nueva Ley de Educación (…) recoge sus primeras cosechas de críticas. (…) puede arruinar la formación de varias generaciones de escolares. (…) El ministerio marca unos contenidos que están bajo mínimos y se quita el muerto de encima. Depende de los profesores la buena marcha del negocio.»
Lo anterior son frases sueltas que copiamos de un artículo de Carmen Rigalt titulado «Educación bajo mínimos», publicado en 1995 (LA REVISTA de EL MUNDO, nº 1, 22.10.1995) cuando la LOGSE (Ley Orgánica General del Sistema Educativo), ya llevaba un lustro aplicándose. Pero sus despropósitos, confirmándose, seguían preocupando.
La LOGSE, no tan nueva para entonces, no iba a ser la única desde 1990 hasta hoy, cuando la LOMCE (Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa) va a ser sustituida por la LOMLOE (Ley Orgánica por la que se Modifica la Ley Orgánica de Educación). Resulta sintomático que una ley se redactara «para la Mejora de la Calidad Educativa». Lo hemos manifestado en alguna ocasión: leyes, leyes y más leyes para la reforma de la reforma de la reforma. Albañilería perenne en nuestro lugar de trabajo. Así estamos, con la LOMCE que es y no ha sido, camino de estrenar otra ley. Que siendo la octava de la democracia da para un mambo. Uno, LOECE. Dos, LODE. Tres, LOGSE. Cuatro, LOPEG. Cinco, LOCE. Seis, LOE. Siete, LOMCE. Ocho, LOMLOE. ¡Maaaambo! Para iniciar un mambo o una conga.
Mambo o conga, al profesorado nos tocará bailar con la más fea si no cambian algunos aspectos que se van conociendo de la nueva ley. Por ejemplo con el alumnado mueble que sabiendo que promocionará y titulará aun suspendiendo pasará de aquellas asignaturas que no le gusten o encuentre dificultad. Pero con la ley también vendrán sus albaceas que glosarán las mieles y ocultarán las heces. Los albaceas y psicopedagogos de pacotilla que nos dirán que no sabemos motivar; y que enseñamos con métodos y contenidos caducos, antepasados; y todo eso que hemos leído u oído en boca de quienes llevan años sin pisar un aula. ¡Qué pena que no sean ellos los que enseñen! Vendidos estamos. Y bajo mínimos.
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