La cantidad y tipo de amigos que un menor de edad tiene en Instagram o en Facebook, puede decirnos muchas cosas sobre cómo y para qué utiliza internet
El protagonismo que las redes sociales están cobrando en la vida de los jóvenes y adolescentes es tal que, del tradicional «dime con quién vas y te diré quién eres» estamos pasando al «dime a quién agregas a tu perfil y te diré quién eres». Y lo cierto es que, al margen de generalizaciones, la cantidad y tipo de amigos que un menor de edad tiene en Instagram o en Facebook, puede decirnos muchas cosas sobre cómo y para qué utiliza internet. Y por tanto muchas cosa sobre su persona.
¿Más amigos = Más estatus?
«Cuando alguien te da su Facebook y ves que tiene 25 amigos piensas que es un pringaillo. Pero cuando entras y tiene 500 sabes que es alguien que se mueve. Esa persona puede ser la leche..” afirmaba una joven de 13 años en una de mis charlas. Y como señalaba otro de sus compañeros: “ Si no estás en Facebook es sencillamente que no existes». La primera conclusión que sacamos ya la conocemos todos, y es que por las redes sociales pululan no sólo mayores de 14 años (edad mínima de inicio recomendada), sino también miles de niños y niñas de 13, 12 y 11 años de edad. Pero la segunda conclusión, que es la que nos ocupa, es también muy clara: para muchos menores el número de “amigos” agregados a tu perfil puede condicionar la percepción que los demás tengan de ti. Es en cierta forma tu carta de presentación, y es sin duda un indicador de tu estatus en el mundo de las relaciones personales. Esto resulta especialmente preocupante cuando es precisamente en las franjas de edades más tempranas donde este hecho está más marcado y donde se producen la mayor parte de las situaciones de riesgo. Niños y niñas que, sin la menor formación previa en redes sociales, aceptan en sus perfiles a todo tipo de conocidos, e incluso lanzan al ciberespacio invitaciones a diestro y siniestro para aumentar su número de amigos. “Yo conozco a mucha gente que agrega a su perfil a tiendas de música, librerías o clubs deportivos para subir su número de amigos. Las tiendas y comercios normalmente aceptan tu invitación sin más. Ellos también quieren tener más gente agregada”, es un argumento muy recurrente. Y esta es una de las cuestiones sobre las que es importante trabajar con menores, tanto en casa como en el colegio o el instituto: detrás del supuesto perfil de una tienda o un club de cualquier cosa siempre hay una persona de carne y hueso. Realmente no sabemos si dicho perfil es “oficial” pero, aunque lo sea, siempre encontraremos a una persona concreta detrás, con sus gustos, inquietudes e intenciones, sean buenas o sean malas. Pero al margen de esto, todo el meollo de la cuestión se encuentra en la cesión que de su intimidad hacen muchos menores, obsesionados por conseguir un perfil con un número importante de agregados. A estos agregados se les confiere el estatus de “amigo”, denominación que utilizan las propias redes sociales. No son sólo conocidos o contactos, son “amigos”. No hay conocidos o contactos, todo son “amigos” Esta cuestión es muy importante. Al agregar a alguien bajo la denominación de “amigo”, inevitablemente y de forma inconsciente aceptamos unas premisas que nos han sido inculcadas desde muy pequeños. Le conferimos una credibilidad, establecemos una confianza, y aceptamos una cierta cesión de nuestra intimidad dando por supuesta una reciprocidad. Por decirlo de una forma coloquial, ante un amigo o amiga bajamos nuestras defensas y reducimos nuestra capacidad crítica. Buscamos identificarnos y compartir. La denominación de “amigos” juega un papel más importante de lo que parece y su significado cobra un especial protagonismo entre los menores de edad, que tienden a establecer lazos mucho más incondicionales y pasionales. Y es aquí donde se hace necesario trabajar con los más jóvenes internautas sobre dos cuestiones básicas. En primer lugar deben aprender a diferenciar entre “amigos” y “conocidos”. Es satisfactorio y conveniente conocer gente nueva, desarrollar más de un círculo de amigos y ampliar nuestros horizontes. Como seres sociales necesitamos de dichos vínculos, y es bueno desarrollar estrategias lo antes posible que nos permitan relacionarnos con éxito en nuestra compleja sociedad. Pero, al margen de los conocidos que podamos ir teniendo, y del protagonismo que algunos de ellos vayan cobrando en nuestras vidas hasta el punto de convertirse en amigos, hemos de tener muy claro que la amistad implica otras muchas cuestiones.
Implica ser capaz de realizar esfuerzos y “sacrificios” por esa persona, y saber que podremos contar del mismo modo con ella si nos hace falta. Cuando en una sesión sobre este tema en un centro escolar, planteamos a los alumnos/as esta sencilla cuestión, la reacción suele ser en todos los sitios la misma: “¿A cuántos de los que tenéis agregados como amigos en vuestros perfiles, podríais pedirles mañana un favor de verdad si os hiciera falta…?” Reacción habitual: silencio sepulcral…
Si aguantamos ese silencio y repetimos la pregunta, podemos observar cómo algunos miran hacia el suelo. Si aguantamos otro poco, la incomodidad se percibirá en el aire.. En el fondo son plena y mayoritariamente conscientes de esta cuestión, pero es necesario hacerles reflexionar sobre la misma. Muchos de ellos, probablemente esa misma noche, harán una pequeña “reestructuración” de su perfil. Pero en segundo lugar, debemos trabajar también con ellos la idea de que existen LÍMITES para los amigos/as. La falta de claridad sobre estos límites se encuentra detrás de no pocos problemas.
Los profesionales que trabajan en prevención de drogodependencias lo tienen muy claro, por ejemplo. Los amigos deben tener límites, y la verdad es que hasta nuestros familiares y los propios maridos, esposas o parejas deben tenerlos. No podemos aceptar la constante humillación o las agresiones de una pareja maltratadora, por mucho que diga amarnos por encima de todas las cosas. No podemos aceptar una raya de cocaína de un amigo por mucho que queramos mantener su amistad. En las relaciones que se establecen en las redes sociales también debe haber límites. Existen normas de educación, de respeto, de consideración y sobretodo de sentido común. “No puedes escribir cualquier cosa que se te ocurra en mi muro, porque puedes herirme a mi o a otras personas que también lo leerán”, “por muy amigo mío que seas no puedes colgar determinadas fotos en mi muro”, “por muy amigos que seamos no me haré determinadas fotos para tí…” es un buena estrategia trabajar en casa o en el aula sobre esta cuestión. Hay que sentarse con el adolescente y realizar ejercicios o dinámicas al respecto. O cojamos simplemente un papel y un bolígrafo y pidámosles que escriban los límites que les ponen a sus amistades en internet, o las cuestiones que nunca deberíamos consentir o aceptar. Para muchos será la primera vez que se plantean esta cuestión y les hará reflexionar. Y del mismo modo, pongamos de manifiesto que dichas normas básicas también debemos respetarlas nosotros. No todos los adolescentes son iguales Todos tenemos muy claro que los adultos somos distintos unos de otros, pero en ocasiones tendemos a generalizar y simplificar demasiado al referirnos a los jóvenes y a los adolescentes en general.
Lo cierto es que existen entre ellos tantas diferencias como entre unos adultos y otros. Así pues, en ocasiones encontraremos a jóvenes internautas con 300, 400 ó 500 “amigos” que, sin embargo, no estén realizando prácticas que entrañen riesgo alguno. En este sentido, podríamos hacer tres grandes grupos, para describir la situación de la forma más clara posible. Existe un grupo de jóvenes internautas que no aceptan en sus perfiles privados a “cualquiera”. Son selectivos y celosos de su intimidad. Han sido concienciados, educados para ello o simplemente son así por naturaleza. En sus perfiles privados encontraremos a verdaderos amigos y amigas, compañeros de clase, primos y otros familiares. En un segundo grupo podemos encontrar a todos aquellos menores que, aun teniendo perfiles privados, tienden a ser muy poco selectivos y aceptan a cualquiera. Muchos de ellos incluso compiten por alcanzar el mayor número de “amigos”.
Este es el verdadero grupo de riesgo, pues pueden compartir su intimidad con los demás por inconsciencia o como un intento de mantener y fidelizar a sus nuevos conocidos. Suelen colgar fotos con mucha frecuencia (a diario) para mantener a los demás interesados y para mostrar la cantidad de cosas que hacen y lo bien que se lo pasan. Fotos en las que aparecen otros amigos/as, y que en ocasiones pueden ser atrevidas o poco prudentes. Pero es cierto que, al margen de estos dos grandes grupos y por simplificar, encontramos otro grupo que comparte características de uno y otro.
Normalmente son jóvenes de más edad, que pueden haber vivido distintas experiencias o no, pero que han aprendido a no exponer más que lo justo. Mantienen su perfil para relacionarse y para conocer gente, y son también poco selectivos. Quieren ampliar sus relaciones y las distintas posibilidades que les plantean pero sin exhibirse. Cuelgan pocas fotos, y en muchas ocasiones no son ellos los protagonistas. Sobre su viaje a Paris colgarán una foto suya junto a la Torre Eiffel, pero el resto serán fotos de monumentos, palomas y/o escenas curiosas. Quieren darse a conocer en cierta medida, y saben que su perfil es también su carta de presentación, pero sin exponer su intimidad. Algunos de ellos incluso tendrán un segundo perfil mucho más íntimo o confidencial que compartirán con pocos allegados. Es decir que, en conclusión, podemos encontrar a jóvenes usuarios que si bien tienen un número grande de conocidos o “amigos” agregados, no vuelcan más información personal de la que volcarían en un blog público. Pero ¿Qué es lo normal? ¿Cuántos amigos podemos manejar con éxito?
La verdad es que resulta muy difícil establecer o definir lo que podríamos considerar “normal” en esta cuestión. Todo va a depender de un montón de factores, que van desde la edad y madurez del joven hasta la formación previa que haya recibido, pasando por ejemplo por la extensión o tamaño de su familia. Pero, lo que si podemos hacer es trazar un límite a partir del cual sabemos que la persona ya no puede afirmar que tenga el control sobre su propia red social. Y para esta cuestión la mejor referencia que tenemos es el famoso número DUNBAR. Según diversos estudios, tanto los primates como los seres humanos podemos mantener un contacto satisfactorio y enriquecedor con un número limitado de individuos, y esta capacidad viene limitada por nuestro neocórtex cerebral. Superando dicho número, es mucho más fácil que surjan conflictos y problemas importantes que se escaparán a nuestro control. Según el antropólogo Robin Dunbar, esta cifra es de aproximadamente 150 individuos en el caso de nuestra especie.
No se trata de un número elegido al azar, evidentemente, sino la consecuencia del trabajo desarrollado en la Universidad de Oxford partiendo de diferentes elementos. Resulta curioso constatar, por ejemplo, que tanto la antropología como la etnografía señalan que los poblados de la era neolítica estaban formados por aproximadamente 150 individuos. Lo mismo que encontramos hoy entre tribus que habitan aun los distintos continentes. El tamaño básico de una unidad militar en la antigua Roma tampoco sobrepasaba este número, y así es en la actualidad y desde el siglo XVI. Algunos estudios ponen incluso de manifiesto que en las empresas en las que se supera este número de empleados, los conflictos entre trabajadores, el acoso o mobbing y el absentismo laboral se disparan. Esto no quiere decir que un joven con una red social de más de 150 individuos se encuentre en una situación de riesgo, pero puede poner de manifiesto que no tiene posibilidad de ejercer un control real sobre dicha red. Es decir, un control o capacidad de previsión sobre lo que dicha red vaya a escribir en su muro, o sobre lo que sus miembros vayan a hacer con las fotos que suba a su perfil. Esto no es relevante si dicho joven es consciente de esta situación, y publica sólo información o imágenes que sabe puedan ser difundidas sin mayor problema.
Podríamos concluir que aquellos jóvenes con más de 150 amigos agregados a su perfil deberían actuar como si su perfil fuera público. Ni más ni menos. Tener un perfil privado con 200, 300 ó 500 “amigos” resulta casi una incongruencia. Y cuanto más joven sea el internauta, y no digamos ya si se trata de un menor de edad, menor será su capacidad para prever lo que tantos “amigos” harán con su información. Realmente, entre dichos menores todos los contactos agregados deberían ser individuos que realmente conocen en persona, y con los que tienen un trato habitual. Y aquellos jóvenes de más edad, y con más de 150 contactos, deberían tomar las mismas precauciones que si sus perfiles fueran públicos. Todos deberían establecer límites y todos deberían, al fin y al cabo, aplicar el sentido común.
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