Mateo Marco Amorós / A cara descubierta
Joaquín Marín / Fotografía
Veinticinco de febrero. Rosa Montero participa en Orihuela en los «Encuentros con autora». Bien presentado por el escritor José Luis Ferris y bien mantenido por el concejal López-Bas. Es en la María Moliner. Entrañable espacio para estos menesteres, si bien pequeño. No es la primera vez que hay gente que se queda con las ganas de entrar. Una lástima.
La escritora estuvo encantadora. Tiene una sonrisa que alegra los días y una lucidez que reconcilia con la humanidad. Escuchándola fuimos felices. En su novela «Bella y oscura», la enana –o liliputiense– Airelai afirma que «todos los humanos llevamos dentro de nosotros la posibilidad de ser divinos y también la de ser diabólicos.» Es evidente que Rosa Montero apuesta por lo primero. Al final, cuando se ofreció al público la posibilidad de preguntar, le preguntamos si aceptaría el cargo de Defensora del Pueblo. Apostillando que a nosotros nos gustaría. ¿Pregunta idiota?…
Corrían los ochenta, primer lustro, y estudiábamos en la universidad y hacíamos pinitos periodísticos y literarios en publicaciones locales. Algunas fundadas por amigos y cuyo primer número solía ser, si no el último, el penúltimo. Jóvenes, algo leídos, creyéndonos salvadores del mundo, teníamos referentes que compartíamos. Rosa Montero era uno de ellos. Sus columnas alimentaban el fuego de nuestras tertulias. En ellas, más de una vez, barajamos la posibilidad de postularla como Defensora del Pueblo. No teníamos nada contra el entonces titular, Joaquín Ruiz-Giménez, pero Montero nos parecía ideal para el cargo. Por los temas que trataba y como los trataba. Por sus solidaridades escritas poniendo voz a causas cotidianas que nos preocupaban. Por esto nuestra pregunta a Rosa Montero, a esta «loca de la casa» que nos enseña a escribir, a vivir y a morir viviendo.
Escuchándola revivimos imágenes e ilusiones de aquellos años. El Bar Avenida en el Paseo Chapí de Villena, la amistad intensa y comprometida, las tertulias agotando la noche y… Y también aquellos aires petulantes que avergonzándonos inspiraron nuestro poema «Náufragos»: «Porque hubo un tiempo en el que creíamos ser los mejores, / hablábamos firme y muy fuerte / y fumábamos demasiado, / alternativos de todo lo alternativo.»
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