Mateo Marco Amorós / Uno de aquellos
La figura del cargo de confianza en la administración pública no es novedad. Viene de antiguo. Pero en estos años ha proliferado demasiado en ayuntamientos, diputaciones, ministerios… Maquillados como asesores, en los contratos de personal se prioriza en muchos casos la fidelidad política antes que la capacidad técnica. Así, son contratados a dedo; al margen de una cualificación objetiva para desempeñar la responsabilidad que se les asigna.
Así, la administración pública multiplica puestos de trabajo redoblando cargos. En algunos casos ha derivado en plaga ninguneando a funcionarios profesionales que accedieron por méritos. Funcionarios, que viendo que los escogidos son incluso mejor pagados que ellos, se «socarran» en su destino, sintiendo mazmorra el lugar de trabajo, sintiendo inútiles sus quehaceres. Conocemos algunos casos de eficientes funcionarios en chamusquina por esto.
Entre cargos de confianza o asesores hemos conocido no sólo la ignorancia sino también la incompetencia manifiesta. Es lo que trae lo que en la nomenclatura anglosajona se conoce como «spoils system». Que podemos traducir por «clientelismo». «Spoils», literalmente significa botín. Y es así como ven los partidos políticos algunos puestos, como botín a repartir entre conmilitones; sin considerar capacidades. Contra los principios de igualdad de oportunidad y mérito.
De esta manera, en estos años, hemos recobrado la figura del cesante: el que cesa cuando cambia quien mandando lo colocó. Tipo retratado magistralmente en nuestra literatura. Sirva la novela «Miau» de Pérez Galdós. Y en ella la figura de Ramón Villaamil, en este caso competente cesante del Ministerio de Hacienda, pero sin la suerte de un turno propicio, sin la suerte de la circunstancia.
La administración clientelar viciaba el funcionamiento de las instituciones y cuando los cambios de partido o responsable, cambios que en el siglo XIX en España fueron muy frecuentes, se paralizaba la administración pública. Por esto la necesidad de un cuerpo de funcionarios independientes de quien gobierne, que accedan al puesto en función de sus méritos y capacidad. Y esto se quiso, que sepamos, con la Ley de Bases de 1918. Pero ahora, vistos tantos cargos de confianza o asesores –futuros cesantes– enquistamos lo inútil de nuestra historia.
No puedo estar más de acuerdo. Para eso están los funcionarios, los más preparados técnicamente para el puesto. Un saludo.