Bonhomía
Mateo Marco AmorósLas palabras que gastamos conversando denuncian nuestro carácter. También las formas y gestos que las acompañan. Mis abuelos, nacidos a principios del siglo pasado, gustaban de ciertas formas protocolarias que hoy están en desuso. Y no sólo en desuso sino que, si las utilizáramos, nuestro interlocutor podría pensar que le estamos tomando el pelo riéndonos de él, que estamos de cachondeo o que hemos venido de otro planeta o, post-hibernados, del pasado.
Sirva como ejemplo aquello de cuando queríamos saber la hora. Lo primero era pedir permiso: «Perdone, buen hombre, ¿le puedo hacer a usted un ‘preguntao’?» Permiso o advertencia: «Perdone, buen hombre, le voy a hacer a usted un ‘preguntao'». Entonces, si el buen hombre accedía –que normalmente sí accedía– tú hacías el «preguntao». Y nuevamente solicitando permiso decías: «¿Le importaría decirme la hora que es?». Decirme o darme. Y así con otros «preguntaos». Mediando siempre lo de «buen hombre» y el «usted». Y correspondiendo siempre con las gracias. Además, las preguntas iban acompañadas de gestos. Más de respeto que sumisos. Modos que ya no se llevan. Pero las palabras siguen teniendo sus connotaciones.
En este sentido, hace unas semanas, recibí una buena lección de un amigo, Alberto Cánovas Séiquer, procurador de profesión. Una lección que redunda en el peso de los términos y corrobora la bonhomía de nuestro amigo. Manifestaba yo a Alberto cierto descontento, intermitente, cuando siento que mi posición en defensa del uso del valenciano se torna en piedras contra propio tejado al analizar algunas decisiones políticas que parecen ignorar la realidad sociolingüística de nuestra Comunidad. Hablaba yo entonces de tolerancia hacia la lengua valenciana, lengua que no me es propia. Tolerancia frente a posiciones hostiles contra ella. Unas desdeñosas, otras insultantes. Entonces, Alberto, desde su bondad me comentó que antes que decir «tolerancia» prefería decir «respeto», argumentando que «tolerancia» parecía mostrar una disposición en parte prepotente. Como un yo superior. Un yo aquí con mis cosas y… Y «tolero» lo otro.
Entonces, más preciso «respeto». Entonces, toda la razón para Alberto. Toda la razón y, por su preciosa lección, todo mi orgullo por su amistad.
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