Bardomeras y meandros / Mateo Marco Amorós
Joaquín Marín / Ilustración
Estamos en 1896. Hace 125 años. En Barcelona, domingo siete de junio, la procesión del Corpus de la iglesia de Santa María del Mar discurre con solemnidad por la ciudad condal. Sobre las nueve de la noche, cuando la comitiva pasa por la intersección de la calle de Cambios Nuevos con Arenas de Cambios, estalla una bomba. El atentado, brutal, se cobrará doce vidas. Otras fuentes dicen que quince. Doce o quince son vidas que dejaron de serlo. Doce o quince muertos y unos treinta y cinco heridos. Si bien, algunos estudiosos afirman que más de setenta personas fueron atendidas por lesiones.
Es la versión violenta del anarquismo, la de la opción más radical, la de la acción directa, propaganda por el hecho, propaganda por el acto: asesinatos de empresarios, magnicidios, atentados con bombas en lugares públicos… Como aquella, tres años atrás, en el Liceo. Terrorismo. Acción directa contra los que consideran parásitos de los desposeídos. Y en la procesión del Corpus, en concreto, contra la Iglesia. Institución de la que abominan por creerla nociva para la sociedad, especialmente perjudicial para los obreros. Por domesticarlos con una doctrina fraude de la de Cristo, desnaturalizada. Muchos anarquistas aprecian a Jesús de Nazaret, al Jesús humano sin escatologías teológicas. Pero la Iglesia… ¡Parásitos! ¡Carceleros y verdugos! ¡Censores! Pero en Barcelona, cuando el Corpus, las víctimas fueron gente del pueblo. Las autoridades, que desfilaban tras la custodia y a las que supuestamente iba dirigido el atentado, quedaron indemnes.
No todos los anarquistas están a favor de los actos violentos pero los Estados identificarán al anarquismo con ellos. Así que la represión contra anarquistas, en España y fuera de España, será dura. Muy dura. Así fue después de lo del Corpus en el juicio de Montjuic. Procesos donde la justicia parece que fue ensañamiento antes que justicia. Con sospechas fundadas de tortura. Lo que alimentaría futuras acciones directas. Directas y sangrientas. Y más represión. Pescadilla que se muerde la cola, laberinto cruento.
Cuando para defender cualquier reivindicación acudimos al crimen, sólo queda el crimen. Las ideas, machadas de sangre, son sangre que regurgita sangres.
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