A cara descubierta / Mateo Marcó Amorós
Fotografía: Joaquín Marín
A finales del siglo XIX y principios del XX Bernard Berenson fue uno de los más importantes marchantes de arte. En esa época su veredicto como autentificador de obras era incuestionable, aunque hay quien le acusa de ser algo laxo en la acreditación para, atribuyendo las obras a autores conocidos, favorecer su venta. Venta por la que Berenson recibía pingües comisiones.
Al margen de la sospecha sus estudios sobre arte confirman su sabiduría, especialmente sobre pintura del Renacimiento. En 1930 publicó «Los pintores italianos del Renacimiento», suma de cuatro estudios anteriores que habían visto la luz por separado: Uno sobre los pintores venecianos, otro sobre los florentinos, un tercero sobre los de la Italia central y un cuarto sobre los de la Italia septentrional. Pintores todos del Renacimiento.
En esta obra el estudioso afirma que un arte que se preocupa por la figura humana ha de atender sobre todo el desnudo, «vehículo transmisor de todo aquello que en el arte corrobora y acrecienta de manera inmediata el sentido de la vida». Vehículo y problema, fue Miguel Ángel –afirma Berenson– «el primero en comprender plenamente, desde la gran época de la escultura griega, la identidad del desnudo con el gran arte figurativo (…)». Y sigue Berenson: Miguel Ángel vio que el desnudo «entrañaba un fin en sí mismo e hizo del desnudo la suprema finalidad de su arte. Para él, arte y desnudo eran sinónimos. En ello reside el secreto de sus triunfos y sus fracasos.»
Arte y desnudo sinónimos en Miguel Ángel… El desnudo como suprema finalidad del arte…. Pero llegó Daniele da Volterra y vistió con los paños del pudor los cuerpos desnudos que había pintado Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. Pincelada a pincelada por orden del obispo de Roma. Entonces… Entonces cabe pasar a la historia del arte como «il Divino», Miguel Ángel, o como «il Braghettone», Daniele da Volterra. Que a pesar de sus dignas creaciones le colgaron el sambenito casto. Pero al primero le determinó el talento y la libertad creadora, al otro el mandato del recato. Castrando al arte, revistiéndolo de vergüenza, sacrificó la belleza.
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