Mateo Marco Amorós / Bardomeras y meandros
Joaquín Marín / Fotografía
Hace noventa años, el doce de abril de 1931, España celebraba elecciones municipales. Eran las primeras tras la caída de la dictadura de Primo de Rivera. Un intento entre otros de retornar a la normalidad constitucional que había truncado el golpe militar en 1923. Pero la restauración de la Restauración resultaba difícil debido a la complicidad que había tenido Alfonso XIII con el dictador. Así, las circunstancias convirtieron a aquellos comicios en un plebiscito sobre monarquía o república.
Por entonces la república venía demandándose desde diferentes frentes. Bien solicitando la formación de cortes constituyentes como se pedía en el pacto de San Sebastián, bien mediante la presión social como proponían el PSOE y UGT planteando la posibilidad de una huelga general acompañada incluso de una insurrección militar, bien mediante artículos críticos como el firmado por Ortega y Gasset bajo el título «El error Berenguer». Por su parte, los monárquicos confiaban en la vuelta a la dinámica de la Restauración y su compromiso regeneracionista, como si el rey no hubiera tenido nada que ver con la dictadura de Primo.
En diciembre del treinta, en Jaca, los capitanes Fermín Galán Rodríguez y Ángel García Hernández protagonizarán un pronunciamiento militar contra la monarquía que será rápidamente desbaratado. Pero cuatro meses más tarde, en abril, en aquellas elecciones municipales, a pesar de que las candidaturas monárquicas obtuvieron más concejales, las republicanas vencieron en las principales ciudades. La euforia por el nuevo momento ilusionante estallará por las calles. El gobierno y el propio rey son conscientes de que el país ha apostado por la república. Por lo que el monarca renuncia a la jefatura del Estado y abandona el país, sin abdicar pues considerará que sus derechos no son sino «depósito acumulado por la Historia» y su obligación es custodiarlos.
En un hervidero de esperanzas, la república pronto defraudó o preocupó a quienes estaban posicionados en los extremos ideológicos campantes por Europa. Había sí una tercera España que creía en la posibilidad de afrontar democráticamente las reformas pendientes desde siglos atrás. Pero esa España paciente fue arrollada por el choque cainita bipolar. Helándosele el corazón.
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