Antipáticos

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Mateo Marco Amorós / Nostalgia de futuro

Joaquín Marín / Fotografía

Acabando el año veintiuno de este siglo veintiuno, fallecía el historiador y periodista Arturo Arnalte. Descanse en paz. Sirvan estas palabras in memoriam. Entre las publicaciones que su labor investigadora nos ha regalado, atenta a colectivos marginados, nos interesó «Redada de violetas. La represión de los homosexuales durante el franquismo». El estudio, más periodístico que de historiador, resulta ejemplo de que el franquismo fue un tiempo a contracorriente de la Historia.

Aproximándonos a la Historia contemporánea de España, queda esa sensación de que aun a remolque de tantas cosas en relación a los países occidentales, la España años veinte, años treinta, estaba en el tren del progreso. Con sus contrastes de país todavía eminentemente rural y con la lacra de fuertes desigualdades sociales endémicas, pero abierto al devenir del mundo de las vanguardias, incluso en la vanguardia de determinados ámbitos socioculturales. Y sí, el franquismo, con su posguerra tan larga, fue en muchos aspectos a contracorriente de la Historia. Especialmente en tolerancia hacia el otro que pensara, viviera o sintiera distinto a lo determinado por el régimen.

La transición y consolidación de la democracia dinamitaron tablachos que retenían las libertades políticas y sindicales. Pero no tanto aquellas libertades sociales que lastradas de prejuicios cuesta asimilar. Porque a pesar de que una ley no prohíba lo que antes estaba prohibido, hay prejuicios que se enquistan en las mentalidades y resulta difícil purgarlos. Es por lo que algunos aún contemplan ciertos comportamientos como delito. Al cabo, una sociedad puede transformar en un instante su sistema político, mediante una revolución por ejemplo, más lentamente las estructuras económicas y al ralentí las mentalidades.

En el libro de Arnalte que decíamos se recoge el discurso que Luis Vivas Marzal pronunció en 1963 para su ingreso en la Academia valenciana de jurisprudencia. Discurso «progresista» para la época por considerar punibles sólo ciertas formas de homosexualidad. Mas el jurista proponía tomar medidas tanto para evitar su propagación como para «curar» a los invertidos. Y concluyendo afirmó: «Rigor en ocasiones, caridad siempre, simpatía nunca. He dicho». Y así continúan algunos ante ciertas conductas libres de los otros, antipáticos.

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