Ante las cosas bellas

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Mateo Marco Amorós / A cara descubierta

Joaquín Marín / Fotografía

Prosper Mérimée viajó varias veces a España dejando buena constancia escrita de ello. Sus cartas nos ayudan a reconstruir la España del XIX desde una perspectiva antropológica. También, el francés apuntó interesantes reflexiones sobre el viajar. Todo esto al margen de los arquetipos sobre España y los españoles que traían estos románticos en sus baúles.

Entre las reflexiones de Mérimée hay una que nos interesa, aquella en la que ante la contemplación de cosas bellas añora la compañía. Confiesa el estar acostumbrándose a la soledad pero… Pero le gustaría compartir el disfrute de lo bello. Afirma el viajero: «Es algo terrible ver cosas bellas completamente solo, o con indiferentes –lo que es peor–, y no poder hablar de estas cosas hermosas sino balbuceando una lengua extranjera.» Al cabo lo que siente Mérimée es esa necesidad de compartir la belleza, el gesto cómplice, el guiño, el rozar una mano para transmitir eléctricamente la emoción. Una mirada cómplice, una sonrisa apenas perceptible, el placer. Eso compartirlo y comentarlo con alguien. Pero peor –nos dice Mérimée– cuando la indiferencia ante lo hermoso.

Sobre la indiferencia ante lo hermoso, recuerdo algunas excursiones con alumnos que me traen ejemplos de apatía. Como el mundo del adolescente es otro mundo más interior, de los sentimientos, que exterior de las cosas, he compartido excursiones en las que nuestras emociones no encuentran eco. Procuramos transmitir querencias hacia el arte o hacia un paisaje pero… Sus prioridades adolescentes son sus prioridades. Recuerdo una visita al Museo Arqueológico de Villena y viendo el Tesoro un alumno se quedó sentado tras la puerta de la vitrina. Al invitarle a que saliera de allí porque allí no veía nada, me miró indolente y permaneció sentado sin más. ¡Y no vio el Tesoro! Por más que le dije que ese Tesoro había atraído a gentes de todo el mundo, él no quiso verlo.

Ante estas situaciones cabe la paciencia esperando que posiblemente en un futuro, recordándonos entusiasmados ante lo que a ellos no les emocionó, se pregunten por el porqué de nuestras emociones. Y preguntándose nazcan felizmente las suyas. Tiempo al tiempo.

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