Anatomía de la melancolía: Vientos del pueblo

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Imagen de Joaquín Marín

Por Mateo Marco Amorós

Al amigo José Ángel Silva Reus

Mayo estrenándose, con motivo de la Fiesta del Trabajo, celebrándola, un buen amigo nos envió el vídeo de una versión cantada del poema «Vientos del pueblo». Tanto como su amistad agradezco estas atenciones porque alimentan esperanzas percutiendo contra mi conciencia frustrada, sepultada en las ruinas de mis desengaños políticos, animándome a seguir en el compromiso público, contra apatías, contra desconfianzas. Todavía.

Interpretada por Los Lobos –no confundir a estos «lobos», grupo folclórico madrileño que a principios de los setenta musicó a poetas españoles, con la banda chicana de rock más reciente– el poema de Miguel Hernández sufre alguna variación. Ante la sospecha de que las diferencias pudieran ser fruto de algún borrador o versión del propio poeta, abusando de la confianza por permitírnoslo la amistad, acudimos a la autoridad hernandiana de Jesucristo Riquelme; que generosamente nos respondió informándonos con precisión cirujana de que lo que no coincide en la canción con el poema es licencia del letrista de Los Lobos.

Escuchando la canción y releyendo el poema, convaleciente de mi enfermedad social y política, los versos de «Vientos del pueblo» me reaniman. Me reaniman por traerme aquella firmeza que en el pasado tuvimos insumisa. —No soy de un pueblo de bueyes —asevera el poeta con una solidez muy oportuna en estos tiempos de servidumbres y plañideras, de pleitesías hacia un «puto amo» y de fidelidades perrunas. ¡Guau!

Aquellos días, finales de abril principios de mayo, lo fueron. Lo subordinado entonces aún me atosiga. La fidelidad es actitud loable. Pero si ciega, reprensible. Resultando los elogios panegírico ridículo, balidos de rebaño. Militar bajo unas siglas es compromiso ciudadano hermoso y meritorio, servicio al común. Yo lo elogio y valoro porque nunca lo he conseguido. Pero apesta cuando se convierte en sectarismo. Las palabras de Miguel Hernández invitan a lo contrario: ni yugos ni trabas, braveza, piedra blindada, alegría, alma, relámpago, centeno, lluvia y calma, firmeza, casta, dinamita, dueños del hambre, cabeza muy alta… Voces de poeta que hago mías. Y blandiendo estas voces que nos regaló ayer el buen amigo, afirmo que no, que no podemos ser pueblo de bueyes. No.

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