Anatomía de la melancolía: Traslado

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Por Mateo Marco Amorós

Imagen de Joaquín Marín

Tomando como lección la primavera estallando brotes, aprendiendo de ella, conviene desperezarse, abandonar el letargo. También es lección por estas fechas la de las cofradías con sus trasiegos de imágenes, andas y mantos, los ensayos de las bandas de cornetas y tambores y en Orihuela los Cantores de la Pasión, delicioso obsequio de la tradición contra nuestro mundo de impertinentes ruidos urbanos. ¡Canto de la Pasión! azahar sonoro en las noches de renacimiento del azahar fragante, voces y aromas que nos recuerdan de donde venimos: creencia y huerta. Todo, pregonándola, en la proximidad de la Semana Santa. Unos años antes, otros después según caiga la primera luna llena del equinoccio vernal.

No cabe quedarse quietos, conviene desacomodarse asumiendo el riesgo de cargar con nuestra cruz. Soportarla con la misma aceptación que tuvo el Cristo para purificarnos. Porque en esa cruz nuestra está todo lo nuestro negativo que no corregimos. Todo lo que en nuestro encierro quisimos desapercibido pero que abriendo las ventanas tentados por los aromas sirena de las floraciones, expuestos a la luz de la intemperie, se nos muestra en nuestro corazón, enmohecido con sucios posos.

En nuestro traslado, compartimos con la gente nuestras debilidades y al tiempo nuestras fortalezas. Así nuestra cruz se hace menos pesada. Porque en nuestro traslado, siempre cabe un Cireneo que nos ayude, siempre una Verónica que nos enjuague. Y cabe la Cruz del Cristo que nos salva. «Salve, oh Cruz, nuestra única esperanza! / En este tiempo de Pasión / aumenta la gracia a los piadosos / y borra los pecados de los culpables». Así reza un viejo himno lenitivo.

Pero nos pesa nuestra cruz, la de los pecados nuestros de cada día, pecados de cuando no fuimos prójimos para el prójimo, de cuando no fuimos samaritanos sino egoísmo, traición, negación, hipocresía, sepulcro enjalbegado donde imposible disimular el hedor de la podre. Viviendo nuestro propio traslado y viendo el de las imágenes, será útil tomarlas como espejo para reflejándonos en ellas adivinar qué queremos ser: flagelación, columna, soga, corona de espinas, lanza, vinagre, hiel, dolor… O perdón, esperanza, consuelo… y vida nueva, como flor de naranjo.

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