Por Mateo Marco Amorós
Fotografía de Joaquín Marín
A raíz de nuestro comentario sobre el estreno del «Rigoletto» de Verdi en el Teatro Real de Madrid, un amigo nos comenta –y reprocha– que se quedó con la curiosidad de saber más sobre la puesta en escena bajo la dirección de Miguel del Arco. Que la sabía abucheada por el público y discutida en la prensa del día después, pero que quería conocer nuestra opinión.
Ya dijimos que si Del Arco consideraba, como declaró antes del estreno, que «Rigoletto» había que situarlo en un burdel, pensábamos que ahí estaba el quid del producto resultante. Porque por el hecho de que el duque de Mantua sea un frívolo y cínico mujeriego no implica necesariamente –decíamos– convertirlo en un putero. Que uno pueda ser tóxico para las mujeres, que la infidelidad sea su rasgo, no obliga a materializar males y engaños entre burdeles y orgías. Esto dijimos más o menos ayer, no sin dudar por la factible influencia de «El rey se divierte». Hoy, respondiendo a la curiosidad del amigo, concretamos.
El heteropatriarcado que según Del Arco pretendía denunciar, si se pretendía, en ciertas escenas rozó el mal gusto. O lo rebasó. Sirva el «happening» montado cuando el aria «La donna è mobile»; porque la popular tonada quedó desdibujada por una escenografía soez, hasta escabrosa. Sin protagonismo para el protagonista.
No nos escandalizan los desnudos. Ya escribimos, aludiendo a Miguel Ángel que el desnudo es arte. Lo que en el «Rigoletto» de Del Arco nos pareció desmesura fueron las convulsiones de los cuerpos, más cerca de un ataque epiléptico que del placer. Y decimos convulsiones por no ser más precisos en lo que simulaban ciertos gestos. La letra de «La donna è mobile» denuncia por sí sola la catadura inmoral del duque de Mantua. Una letra que puestos a innovar escenografías podíamos aplicar también a algunos varones: volubles «cual pluma al viento». Que cambian de acento y pensamiento. Que su amable y hermoso rostro, lloren o rían, engaña. Que resulta desgraciado quien en ellos confía, quien les entrega el corazón. Que… A mí, en política, se me ocurre más de uno.
Deja tu comentario