Por Mateo Marco Amorós
Conforme pasan los días, convertidos por acumulación en años, siento –en su acepción de sentir con pena– que se me va muriendo el interés por la política. Con pena pero al tiempo con alivio. El arte de gobernar que tanto me importó, apenas me importa ahora y, convencido de que hacer política es atendiendo los problemas del presente, pensar y quehacer para el mañana, perdiéndoseme la confianza en ello, siento –sí, de sentir con pena– estancado el futuro. No factible.
No sé si este gorigori particular, visto con ironía, se parecerá al entierro del señor don Gato, el de la canción infantil que con gozo cantábamos en la escuela: «Estaba el señor don Gato / sentadito en su tejado / marramamiau, miau, miau, / sentadito en su tejado. / (…)». Y así. Mirándonos los compañeros de clase, entonando el «marramamiau, miau, miau» nos provocaba muchas risas.
La canción contaba/cantaba que el señor don Gato estando «sentadito en su tejado» recibía una carta solicitándole el casamiento «con una gatita parda» –o blanca según versiones– «sobrina de un gato pardo». Noticia que provoca su caída del tejado rompiéndose «siete costillas» –o seis en otra versión– «el espinazo y el rabo». Y muriendo. Porque «lo llevan a enterrar». Mas discurriendo el entierro por la calle del Pescado, o del Mercado según versiones, don Gato, «al olor de las sardinas», resucita. Concluyendo la canción que «con razón» o «por eso dice la gente» que «siete vidas tiene un gato».
Mi muerte para la política no creo que la resucite la realidad. Más lo contrario. Cuanto más, menos. Quiero decir que cuanto más realidad política conozco, menos me apasiona. Cuanto más me ocupo o preocupo, menos me interesa. La realidad me distancia. Entonces, la literatura resulta bálsamo, lejana ya la tentación de usarla, al aliento de Celaya, como «arma cargada de futuro expansivo». O no. Porque es posible que este particular desapego de la política suponga más política de lo que pienso. Y siento, ahora con la acepción placentera de sentir, que la literatura también resulta remedio, esencia que resucita. Como a don Gato el olor de las sardinas. Marramamiau.
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