Anatomía de la melancolía: Luminarias

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Texto de Mateo Marco Amorós

Fotografía de Joaquín Marín

María Engracia Sigüenza Pacheco nos ha traído, editado por Ars Poética, otro poemario. El tercero de su cosecha. Un poemario bello titulado «Luminarias». Aposta hemos reservado nuestro comentario para estos días aledaños a las solemnidades de Todos los Santos y Fieles Difuntos porque cuando escuchamos «luminaria», sobre otras imágenes, nos viene la de esas lamparillas luminosas que en casa decíamos «mariposas». Decíamos y decimos.

Entre otras acepciones de «mariposa», la RAE se refiere a esas pequeñas mechas afirmadas en un disco flotante que sobre aceite, encendidas en un recipiente, se ponen por devoción. De hecho como «Mariposas», con una mariposa dibujada en la caja, se venden estas luminarias. Sobre ello, hace años, escribimos en «De recuerdos y lunas».

Si en nuestra casa, a falta de larario, era poner en estos días de luto y esperanza una mariposa, una luz, por cada familiar difunto –Lux perpetua luceat eis. Que la luz perpetua los ilumine– María Engracia nos ofrece refulgentes poemas que, sobre todo en la primera parte de las tres del libro, en la titulada «El fuego del hogar», irradian mucha albura sobre seres perdidos. Homenajeándolos, rescatándolos en versos que los vitalizan apuntalando recuerdos. Para perpetuar su presencia. No en vano, el poemario se abre con una cita de Antonio Colinas, concretamente con esos versos finales de «Laderas» en los que el poeta habla del tiempo detenido que le escupe a la Muerte. Y no hay mejor escupitajo contra la Parca que el recuerdo, tiempo detenido.

Sobre el poemario en general, el poeta José Luis Zerón Huguet nos hizo ayer una presentación académica y hermosa. Esperando por nuestra parte no desvirtuar su experimentada percepción crítica, anotamos lo que Zerón valoró del quehacer poético de María Engracia Sigüenza. A saber, que con «Luminarias» Engracia afirma una propia voz como poeta, caracterizada por una hondura cultural nutricia, un certero análisis del amor hacia los seres que están y los que no están, una esencia viajera como fuente inspiradora y la oportunidad de lo clásico, útil al presente. Cimientos sólidos, nos parece lo apreciado por Zerón, sobre los que resplandecen, como luminarias, brillantes versos.

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