Anatomía de la melancolía: Heraldo de paz

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Por Joaquín Marín

Por Mateo Marco Amorós

Hace un siglo, el quince de diciembre de 1924, en el Semanario Social y Agrario –así reza la cabecera del periódico El Pueblo de Orihuela– el franciscano José María Navarro publicaba un artículo titulado «Heraldo de paz. Leyenda romana». Lo narrado se contextualiza en la época de Octavio Augusto, primer emperador romano, que tras años de victoriosas campañas engrandeciendo el Imperio, tuvo una rara visión, observando delante de su palacio una procesión interminable de doncellas afligidas y desolados caballeros, vestidos todos con trajes luctuosos, que le solicitaban paz. —¡Paz! ¡paz! para tu pueblo —pedían. Y así lo hizo. Atendiendo la súplica. Mandando cerrar las puertas del templo de Jano. Decretando una paz universal, la que anhelara y cantara su amigo Virgilio.

Pero disfrutando de la paz, un sueño turba la felicidad del emperador. En el sueño –pesadilla para su orgullo– Augusto observa que muchos de sus gobernados no aprecian su autoridad ni desvelos, alejándose a montes y desiertos manifestando: No queremos dioses terrenos y caducos, ni emperadores, mortales; adoramos un Dios que es eterno y un monarca cuyo reino no tendrá fin. Él, no el César, es el Pontífice Óptimo Máximo. Padre del siglo futuro y Príncipe de la Paz. Y concretan: Ha nacido en un humilde establo, pero inmensas legiones de espíritus puros escoltan su venida, formada de rosas y azucenas es el espejo cristalino en donde desean mirarse todas las generaciones… La revelación soñada provoca un desasosiego en el emperador; que ordenará el empadronamiento de todos sus súbditos.

Cumpliendo el mandato, un joven matrimonio parte desde Nazaret hacia Belén, la ciudad de David, donde los antepasados del marido. Allí nacerá la criatura que la joven esposa lleva en sus entrañas. No temas Octavio; –termina el relato– el Niño que acaba de nacer, lejos de despojarte del Trono que tanto ambicionas es el Heraldo de la paz por la que tus vasallos suspiran.

Ojalá nosotros, vasallos del mundo en guerra que vivimos, consigamos esa paz tantas veces pregonada y ambicionada. Que en el portal del mundo, sobre todos y para todos, reine perpetua la paz. ¡Feliz Navidad! ¡Feliz Navidad!

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