Por Mateo Marco Amorós
Imagen de Joaquín Marín
Al Coro Ginés Pérez de la Parra
Hace doscientos años. Siete de mayo. Los palcos vacíos, el Kärntnertortheater de Viena –Teatro de la Puerta Carintia, oficialmente Teatro de la Corte Imperial y Real– no llenó. Lo cuenta Marta Vela en un delicioso libro detallando que la familia imperial no asistió al concierto. Ni siquiera el archiduque Rodolfo de Austria, arzobispo de Olomouc, destinatario de una de las composiciones que parcialmente se estrenaba aquel día, previa al también estreno de una nueva sinfonía. Para más inri parte del público no esperó al final del concierto. Abandonando la sala. Sin embargo… Sin embargo quienes aguantaron manifestaron júbilo. Los apoteósicos corales del último movimiento, entretejidos con exquisitos pasajes de las voces solistas, fueron guinda fascinante.
Preparando el estreno no habían faltado vicisitudes. Primero, la de encontrar una sala dispuesta a programar la música de un compositor que cada vez interesaba menos, contrastando con el éxito por entonces de la ópera italiana; luego, la compleja partitura en manos de una orquesta nutrida de aficionados; también, que sólo hubo dos ensayos. Todo auguraba fracaso. Pero lo dicho: quienes aguantaron hasta el final gozaron del privilegio de conocer en primicia una composición trascendental en la historia de la Música. Pero al margen de la satisfacción artística fue un fracaso financiero, restando un magro beneficio para un compositor necesitado. Nos referimos al estreno de la Novena Sinfonía de Beethoven, la Coral.
El libro de Marta Vela donde documentamos lo anterior se titula Las nueve sinfonías de Beethoven, editado por Fórcola. El ejemplar que disfrutamos nos lo regaló nuestro amigo César López Hurtado que entre muchas sabidurías que tiene está la de elegir buenos libros. Y regalarlos. En éste, la autora reitera que en los años de la Novena Sinfonía el tiempo artístico de Beethoven había pasado y que el público era reacio a escuchar sus obras.
Malos tiempos para la libertad creativa y política fueron los que siguieron al Congreso de Viena. Suerte que lo monumental suele sobrevivir a cualquier tiempo. El canto a la alegría es grandioso. Toda la Novena lo es. Como «marsellesa de la Humanidad» la bautizó Muñoz Molina. ¡Alegría, alegría!
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