Anatomía de la melancolía: El otro picudo

Publicidad

Imagen de Joaquín Marín

Por Mateo Marco Amorós

Hay plagas y plagas. Todas nos perjudican. Plagas invasoras como la del cactus de Arizona y depredadoras como la del tomicus destruens, esa que convierte a los pinos en caducifolios; o la de la procesionaria con sus bolsas asquerosas; o la de la cochinilla en las chumberas, desecándolas; o la de la tristeza de los cítricos provocada por pulgones que amarillean las hojas, acanalan tallos, ramas y… Y matan al árbol; o la del picudo rojo que ha traído también mucha tristeza a nuestras palmeras, derrotando su belleza vencidas las palmas, pintando de depresión los horizontes. Paisajes rotos: montes que son menos monte, huertas que son menos huerta y palmerales que son menos palmeral.

Plagas y plagas, nos afectan otras que provocamos los hombres. Así los incendios, que si pueden tener un origen natural, la mayoría son intencionados. Por negligencias o por la voluntad criminal de algún pirómano. Pero mi sorpresa, estrenando el otoño, es haber descubierto, leyendo un reportaje de Loreto Mármol en INFORMACIÓN (29.09.2024), una peculiar plaga que en Orihuela afectó a unas peculiares palmeras. Siendo justos, Alba de la Paz en un artículo publicado en DIARIO DE LA VEGA, en mayo de 2023 (18.05.2023), ya informaba sobre la cosa.

Y la cosa es que unas palmeras metálicas de la firma Muher donadas a Orihuela en 2008 por la Caja de Ahorros del Mediterráneo han acabado en la chatarra. Dichas palmeras formaban un conjunto escultórico titulado El silbo de afirmación en la aldea, en homenaje a Miguel Hernández. Ubicadas junto a la Fundación y Casa-Museo del poeta, allí estuvieron hasta que se vieron afectadas por otra plaga.

Llamémosla plaga del otro picudo. Ese «picudo» que se alimenta de la desidia municipal despreocupada del mobiliario urbano. Muchas veces maltratado por el vandalismo, pero también por la indolencia que gestiona mal el patrimonio común. El precio de las palmeras escultóricas estaba cifrado en doscientos cincuenta mil euros. Convertidas en chatarra se vendieron por poco más de novecientos. Es la diferencia entre el arte y la escoria, entre lo valorable y el dame lo-que-sea-que-me-da-igual a beneficio de placeres particulares de ese otro picudo.

Sé el primero en comentar

Deja tu comentario

Tu dirección de correo no será publicada.


*