Anatomía de la melancolía: El origen del mundo

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Imagen: Joaquín Marín

Por Mateo Marco Amorós

Hace doscientos cinco años, en Ornans (Francia), el diez de junio de 1819 nacía Gustave Courbet, pintor destacado del realismo. Autor, en palabras de Gombrich, de cuadros indudablemente sinceros. Resulta paradójico que obsesionado Courbet por pintar la realidad tal y como es, materializada en el lienzo como manufactura de un obrero, como fruto del trabajo, sin más propósito que capturar y perpetuar lo visible, titulara simbólicamente El origen del mundo, un cuadro tan real como polémico. Esto, un pintor figurativo que sin rodeos bautizaba sus cuadros con lo que representaban. Sirvan de ejemplo El encuentro/Buenos días, señor Courbet y Las señoritas a las orillas del Sena. Títulos que se corresponden con las imágenes pintadas. En El origen del mundo, viendo lo que se ve, el título resulta símbolo, metáfora, alegoría catapultada por la realidad representada.

Como parte del mundo, mundo somos. Y venimos de donde venimos. Y venimos en carne por esa carne que nos devuelve a la descendencia, garantizando al mundo su perpetuidad. Origen del mundo y… ¡Futuro del mundo! Courbet de haber titulado el cuadro atendiendo en rigor a lo representado, tenía que haberlo nominado sin ambages echando mano de conceptos malsonantes, algunos, en toda lengua según prejuicios y… Allá cada cual con la lectura que hiciera.

Pintado en 1866, el cuadro sigue suscitando en los espectadores el apasionante debate en torno a la mirada limpia o sucia sobre ciertas creaciones artísticas. La duda sobre si lo representado es belleza u obscenidad. En este caso, si relajo mi percepción despiojando escrúpulos, descubro una realidad pulcra. Con contrariedad, pero pulcra. Y por tan natural, bella. No obstante, amenazándonos el recato, anhelo la pureza del Paraíso perdido, el impudor prístino e inocente de nuestra humanidad primitiva frente al desnudo por no sabernos desnudos.

Giulio Carlo Argan apunta que Courbet estaba convencido de que la fuerza de la pintura –una pintura sin engaño para hacer tangible la realidad– residía en la pintura misma y no en el tema. Sin embargo, en El origen del mundo el título invita a la trascendencia sobre el principio del principio. Más allá de la pintura.

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