Anatomía de la melancolía: El bombo

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Imagen de Joaquín Marín

Por Mateo Marco Amorós

Vaya por delante eso consensuado de que sobre gustos no hay disputa. Confieso pues no mi gusto sino mi disgusto. Porque llevo años intentando recuperar mi afecto por el festival de Eurovisión y lo único que consigo es distanciarme más. En el último certamen el desapego ha sido exponencial porque he visto más espectáculo que música, más ruido que nueces y mucha controversia. A falta de canción, polémica. Lo que importa es vender el paquete. Lo de menos, el contenido. Que hablen de lo que sea pero que hablen de mí.

Atendiendo la última edición de Eurovisión siento la decadencia. Teniendo la impresión –no exagero– de sentir el acabose del mundo en el que he vivido. No en vano me vino nuevamente la escena final de El planeta de los simios, la de la versión de 1968. Esa escena que afectándonos en la infancia detallamos hace años en Bardomeras y meandros en el artículo «Tres tristes tristezas». Los protagonistas, regresando del espacio, cabalgan por una playa encontrándose con la ruina de la Estatua de la Libertad, ruina de la libertad, ruina de su civilización. Ruina del mundo que era de ellos. Pasto para la congoja.

No. No me veo en el mundo que me ofrece Eurovisión. Algunos amigos, consolándome, me dicen que la razón de mi frustración es que espero sólo música y que por suerte o por desgracia Eurovisión hace tiempo que es principalmente show. Que si hay música, bien. Pero si no, también. En una ocasión, un coche que circulaba por los alrededores del instituto con el volumen de los altavoces al máximo interrumpió la lección. Disgustado por el incomodo, manifesté al alumnado mi desaprobación. Entonces una alumna me preguntó: —¿No te gusta la música?… —¿Música? —dije yo—. Si sólo se escucha, bumbumbum, el bombo.

Cuenta Marta Vela en su libro sobre las sinfonías de Beethoven que al compositor, completamente sordo, dirigiendo la orquesta en los ensayos para el estreno de la Séptima Sinfonía, le preguntaron qué tal escuchaba la música. Beethoven respondió: «Oigo bien el bombo». Así nosotros con Eurovisión. El bombo sobre la música. Bombo. Parafernalia.

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