Anatomía de la melancolía: El aire de las caracolas

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Imagen de Joaquín Marín

Por Mateo Marco Amorós

Si no fuera por tantos muertos, si no fuera por tanto desastre causado por la última DANA, tomaríamos como broma el que unas caracolas sopladas por unos huertanos por los siglos de los siglos fueran más eficientes en advertir del peligro de inundación que cualquiera de los sofisticados medios disponibles en la actualidad. Precisamente, hubo un tiempo que titulamos Vaciando el aire de las caracolas esta colaboración semanal, en homenaje a esa bendita costumbre mediante la cual los vecinos de aguas arriba observando el comportamiento del cauce que tenían delante de sus narices avisaban a los de aguas abajo de la amenazadora crecida que les iba a llegar.

Quienes se han criado junto a estos cauces mediterráneos, exiguos o secos la mayor parte del año, saben que su caudal y potencialidad erosiva pueden aumentar de inmediato, como saben que ese aumento puede producirse sin necesidad de que el cielo que les cubre esté encapotado o derrame alguna gota. La tormenta que provoca el aumento espectacular de caudal puede darse aguas arriba. Por ello conviene atender los partes meteorológicos de las zonas cedentes. Los partes o… O el sonido de las caracolas.

En estos ríos y ramblas nuestros podemos ver que en un santiamén un cauce seco o pobre se convierte en un Amazonas. Yo lo he visto en la tierra donde nací. En el Vinalopó y en las ramblas de la Boquera y del Angosto. Y viviendo en la Vega Baja, en el Segura y en la rambla de Abanilla. Los cientos de muertos y el desastre material nunca permiten frivolidad. Pero lo dicho, a ver si van a resultar más eficientes aquellos avisos con caracolas atendidos por los paisanos, que los avisos de ahora. Que si tardíos, inútiles; y si tempranos, menospreciados.

Y siempre lo mismo: de Santa Bárbara, cuando truena. Porque mientras los unos culpan a los otros y los otros a los unos, lamentamos la habitación de zonas inundables. Y añoramos la limpia de cauces, las infraestructuras que aprovechaban el riego con turbias, el papel de presas y azudes…. Como añoramos el aire vacío de las caracolas.

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