Anatomía de la melancolía: Calendario Escolar

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Imagen de Joaquín Marín

Por Mateo Marco Amorós

Llegó septiembre y después de treinta y ocho años no he tenido que programar el curso. Un alivio. Porque detesto las programaciones didácticas. Inútiles cuando, pretenciosas, se alejan de lo práctico; fatuas cuando se trufan de un lenguaje chamánico y justificaciones perogrullescas que opacan lo útil. Mis colegas, orgulloso uno de haber sido discípulo salesiano, me lo han escuchado mil veces: el Sistema Preventivo de don Bosco, con el que generaciones y generaciones de todo el mundo se han educado y educan dignamente, es muy breve. Apenas ocupa unos folios cuando ahora cualquier programación de una sola asignatura en un solo nivel, más de mil. Mareamos la perdiz distrayendo la esencia.

De las programaciones didácticas sí considero imprescindible la temporalización, la distribución en el tiempo de lo que queremos enseñar. Este verano sigo el debate desatado en Alicante capital en torno a las vacaciones de Semana Santa acordándome de que nuestro calendario escolar siempre me pareció irracional.

Empezando en la segunda semana de septiembre, cuando apenas un mes, en la Comunidad Valenciana celebramos el Nou d’octubre. Y de seguida el Pilar. Si el arranque del curso había servido para engrasar los ejes, el ritmo se relaja. De vuelta aparece en el horizonte Todos los Santos, otro parón, mayor o menor según caiga, que será rematado a principios de diciembre con el seis y el ocho. A celebrar por lo civil uno, por lo religioso otro. Festividades que si no caen en fin de semana serán propicias para puente o acueducto, interrumpiendo nuevamente el ritmo; atisbando el muérdago y turrones de Navidad que será otro parón hasta principios de enero.

La regularidad de los siguientes trimestres estará determinada por la proximidad o lejanía de la Semana Santa. Si temprana, corto será el segundo, largo si lejana. Al revés el final de curso. Pero en marzo, sí o sí, san José. Como antes, algún día de carnaval o la nieve. Como sí o sí, el uno de mayo. Esto sin contar festividades locales que coincidan con periodos lectivos. Conclusión: muchos años como profesor sintiendo imposible la constancia, la razón y lo razonable.

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