Ambiente crispado

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Mateo Marco Amorós / Bardomeras y Meandros

Joaquín Marín / Fotografía

Señal de que el ambiente está crispado son las rosiás que he recibido por parte de algunos paisanos de aquí y de allí al publicar «Parlem valencià y otras lenguas» (DIARIO DE LA VEGA, Bardomeras y meandros, 3.02.2020). De aquí, de la Orihuela que me acoge casi veinte años. De allí, de mi Villena natal.

Que viviendo donde vivo, trabajando donde trabajo y viniendo de donde vengo, cómo se me ocurre decir «parlem valencià». No he pensado la respuesta porque la tengo clara. Precisamente clara porque vivo donde vivo, trabajo donde trabajo y vengo de donde vengo. Porque donde vivo y trabajo han sido, si me apuran, más València que València. Y viniendo de donde vengo siempre he apreciado como valor la lengua de mis vecinos de Biar, Canyada de Biar, Camp de Mirra, Beneixama, Banyeres de Mariola, Castalla, Onil, la Font de la Figuera… La lengua de tantos compañeros de colegio e instituto. La lengua de sus padres y abuelos. En cada lugar con su bellos matices particulares. Hay quien ve en las lindes obstáculo. Nosotros, horizonte.

Cuando en A cara descubierta escribimos «Elogio de la frontera» concluíamos que «los que hemos nacido, nos hemos criado, hemos vivido y vivimos en tierras de frontera sabemos que las posibles diferencias antes que ser confusión son fusión.» (DIARIO DE LA VEGA, 15.01.2019). Pero sí. Que me riñan algunos paisanos de aquí y de allí por decir «parlem valencià»; como que el vídeo de una entrevista a la primera autoridad de Orihuela en plena DANA, haciéndose el ignorante de una lengua oficial, se haga viral con aplauso, son señal de que el ambiente está crispado. Esto y otras actitudes, por un lado y por otro, que reeditan contextos que creíamos superados. Algo no estamos haciendo bien.

Leo estos días Noventa y nueve pliegues, una recopilación de artículos de Rafael Carcelén. Libro muy recomendable. En el titulado «Distancias», aprovechando una lección del filósofo John Rawls, Carcelén nos aconseja ser cautos. Y esa cautela nace cuando nos ponemos en la piel del contrario. Esto es, cuando ante la realidad que reivindicamos para nosotros cupiera la posibilidad de que nos tocara ser el otro. Entonces… Más tolerancia.

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