Mateo Marco Amorós / Bardomeras y meandros
Joaquín Marín / Fotografía
Uno de los mayores placeres que disfrutamos, sobre todo en verano, es el de contemplar amaneceres en la playa. Por ejemplo, en esas playas casi vírgenes entre Torrelamata de Torrevieja y Guardamar: la del Moncayo, la del Camp, la de les Ortigues… Mi suegro decía, a todo ello, playa de la Estación. No menos disfrutarlos en Campello, en el recorrido de playas y calas entre la Illeta dels Banyets y la torre de Reixes, la del Barranc d’Aigües: playa y cala de la Almadraba, cala del Llop Marí, cala Nostra, playa y cala del Amerador, Coveta Fumà… El espectáculo del sol alzándose sobre el mar, como Venus naciente, resulta maravilla. Enfrentándonos a la pugna entre el deseo de observar la belleza y no poder mirarla cuando la vista se nos quema.
Maravilla distinta cada día según la temperie. Que si nublado o despejado. Que si el viento sopla levante, poniente, lebeche o… Colores del agua, espumas, rizos y oleaje cambiantes. Un espectáculo irrepetible cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo. Tan irrepetible cada instante que lamentamos parpadear.
Durante estos paseos vemos gentes echando fotos, grabando vídeos, intentando perpetuar el gozo. Compartiendo esas imágenes los amigos responderán: «¡Qué bonito! ¡Precioso!». ¡Pero son tantas las cosas que se pierden! En la fotografía, en el vídeo, no está todo. Aromas, sonidos, el viento en nuestra cara… se escapan a las imágenes. Es por lo que preferimos no entretenernos. Andar… Respirar… Detenerse… Observar a un lado, a otro. Conchas a nuestros pies y… Y también demasiados plásticos. ¡Qué pena! Levantar la vista y mirar más allá del horizonte del agua. Algún barco. Mirar la playa… El litoral más o menos enladrillado… Imposible quién lo desenladrillará.
Cuando disfrutamos estos instantes es cuando comprendemos la obsesión de los impresionistas por la luz. Porque los paisajes vivos y hasta los objetos son distintos por la luz de cada momento. Lo que nos exige, a cada momento, estar atentos si queremos apreciar la vida segundo a segundo. Porque vale la pena. Apuntalando nuestro deseo por vivir. Y siento que mientras escribo esto, se me escapa el sol.
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