¿Nuestro Shangri-LA?
Laura F.
El otro día cayó en mis manos un artículo sobre el pequeño Reino de Bután. Al sur del Himalaya. Hasta hace muy poco ha vivido aislado del mundo. Sin embargo, desde 1974, el nuevo monarca, aunque ha abierto su reino al mundo, es muy selectivo. No todo el que quiere visitarlo puede hacerlo. La entrada a este pequeño país, del tamaño de Suiza y con una población de unos setecientos habitantes, está restringida, pues han visto el perjuicio del turismo en el Nepal y no están dispuestos a que les pase lo mismo. De hecho, sólo tienen un aeropuerto, sólo para recibir a quienes ellos quieren. Están por la labor de progresar, pero sin perder su cultura y la calidad de vida. De hecho la riqueza del reino no se mide por le PIB (Producto Interior Bruto). No. Su riqueza nacional se mide por la FNB (Felicidad Nacional Bruta), la cual se mide según los factores de bienestar psicológico, salud, educación, buen gobierno, vitalidad de la comunidad y diversidad ecológica. Vamos, que se trabaja por lo que merece la pena: las personas. Buscan la felicidad sin perder las tradiciones, su identidad. Hasta 1960 no tuvieron teléfono y hasta el 2007 era una monarquía absoluta. Con una economía de subsistencia trabajan para tener una vida digna, sin riquezas. No tienen cajeros automático, ni semáforos, la educación es gratuita y la mujer tiene más derechos que el hombre. Pero…llegó Internet y la TV y la vida ha comenzado a cambiar para mal.
El contacto con occidente les perjudica, aunque sigan siendo el país en el que sus habitantes se definen felices. ¿Por qué me atrajo este país? Porque me recordó una película que vi siendo una niña, se llamaba “Horizontes lejano”. Pero que se popularizó con el nombre de Shangri-La. Allá por el 1929, hubo una crisis económica que iniciada en EEUU afectó a todo el occidente y duró casi una década. Y como ahora, hizo pasar hambre y puso en peligro el sistema capitalista del que tantas glorias se habían obtenido anteriormente. Como suele pasar en las crisis, de ellas sale lo peor y los mejor del ser humano, pero también grandes creaciones artísticas. Una de las facetas que se desarrolló fue la literatura. Y en pleno crac y ante la negrura del horizonte hubo autores como A. Huxley o H. G. Wells que optaron por una literatura catastrofista; mientras que otros como James Hilton optaron por narraciones ensoñadoras donde el lector puede viajar a lugares paradisíacos, como Shangri-La. Después se hizo una película de esta novela, de la cual, aunque era pequeña, me acuerdo perfectamente. Fran Cappra, en el 1937 dirigió “Horizontes lejanos”, la cual recomiendo aunque haya personas que no les guste el cine en blanco y negro. Una cinta misteriosa y atípica. Aún siendo niña o quizá por serlo, el que hubiese un lugar de gran felicidad donde las personas no envejecían era maravilloso. Por eso me ha vuelto a la cabeza el nombre de Shangri-La, el lugar en el que donde todo el mundo era feliz, a colación de un artículo sobre Bután. Shangai-La significa “lugar próspero donde reina la paz”. Cuentan que Hilton, para escribir esta obra, se basó en la historia que oyó en un café sobre de un diplomático inglés que viajaba en avión junto con tres amigos, y se ven obligados a aterrizar en el Tíbet y, después de varios días de penalidades, se encuentran con tibetanos que estaban recogiendo plantas medicinales, los rescatan y les llevan a un lugar fascinante y hermoso. Con la ayuda de los tibetanos llegan a su destino después.
Pero cuando quieren volver a Shangri-La, por más que lo intentan, no pueden. A raíz de este libro exploradores de todo el mundo han buscado el lugar hasta que en 1997 el gobierno de la provincia China de Yunan declaró que Shangri-La se sitúa en la autonomía tibetana de Liking. Lo curioso es que este lugar y Bután están separados por una provincia. Es decir, relativamente cerca. Es agradable saber que existe un país en el que lo que se busca es la felicidad de sus habitantes. ¿Lo conseguirán? No lo creo. La felicidad terrena es una utopía, pero es bueno que haya gente que valore lo que merece la pena y en el que lo importante no sea conseguir más dinero para comprar más dejando a un lado los valores éticos y morales, que al fin y al cabo, son los que nos dan dignidad de personas. Me imagino que muchos de nosotros, por lo menos yo, nos gustaría vivir en un lugar como ese. Pero no es cuestión de salir corriendo para allá. ¿Qué hacer? Tendremos que buscar, cada uno, nuestro Shangai-La en nuestro interior y valorar qué es lo que queremos ser y cómo vivir. Y poner en práctica, hoy muy necesario, el refrán tan conocido que dice:”No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita”.
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