¡¡A la porra Montesquieu!!
Laura F.Entre los siglos XVII y XVIII reinó en Francia el apodado ‘Rey Sol’ ejemplo de riqueza y poder absoluto. Él lo era todo. Además estaba ahí porque así lo quería Dios. Todo estaba sometido a su poder, el cual dirigía todos los aspectos de la nación. Además, a nadie se le ocurría discutir o contradecir sus decisiones, pues la nobleza sometida y domesticada sólo tenía el papel de la diplomacia y decorativo.
Su misión era la de adular al monarca e intentar agradarle y conseguir títulos con sus tierras y demás prevendas. Nada más, qué no es poco. En este reinado, puntualmente, a Francia no le fue mal, pues durante 54 años que estuvo en el trono llevó a su nación al máximo prestigio. La verdad es que este hombre estaba muy bien amueblado. Cuentan de él que era fuerte y equilibrado, trabajador incansable, reflexivo, consciente de su papel y responsabilidad. Consideraba que gobernar era un trabajo y, por lo tanto le requería tiempo, por lo que le dedicaba más horas que un reloj. Pero tanto estrujó al pueblo, para mantener su status, costear sus lujos y las guerras, que dejó a Francia más exprimida que las ubres de una vaca de la India. Como sería la cosa que a su muerte, sus herederos, que siguieron su camino pero sin dinero y sin cabeza, derivó en la revolución francesa.
Ya Montesquieu, avanzó, que aunque siendo este hombre tan espabilado, las cosas no podían ir bien, porque al pueblo llano, es decir, los currantes, se los estaba machacando para que el rey y su nobleza vivieran muy bien. Y, por otro lado, no podía ser que una sola persona tuviera todo el poder. Porque, vamos a ver, siendo espabilado arruinó el país, imaginemos que el reino lo hereda un descerebrado, cómo hubiese discurrido el reinado. Pues la ruina habría llegado mucho antes. Montesquieu venía a decir que un pueblo no se puede arriesgar a que un gobernante tonto, maganto o corrupto tenga todo el poder en sus manos. Por lo que propuso en su obra ‘El espíritu de las leyes’, en el siglo XVIII (hace 300 años) que los poderes que gobiernan un estado: legislativo, judicial y ejecutivo, debían estar separados. De tal manera que si uno de ellos se equivoca, los otros dos no tienen porqué seguir el error. Las democracias se basaron en las ideas de la ilustración para establecer unos gobiernos que, a través de los partidos políticos y la separación de poderes, los ciudadanos no estuviesen al arbitrio de un a sola persona tonta, lela o corrupta.
¡¡Qué felices seremos todos, el pueblo ya no está sometido, el pueblo elige a sus gobernantes, el pueblo es el que gobierna!! Y nosotros, los españoles, sacamos pecho diciendo: ¡¡Nosotros, como los estados modernos, ya tenemos democracia!! Pero en realidad, sólo era un libro gordo, en el que se pusieron los deseos de unos y lo que era políticamente correcto para otros. A todos se les llena la boca con la Constitución, pero, en realidad, se la pasan por el forro. Y el pueblo llano, como no tenía costumbre de estas cosas, se creyó que ser democrático era poner una papeleta en una urna. Nada más. Como no había cultura cívica… ¿Qué paso en realidad? Unos señores muy listos vieron la oportunidad de ser, en vez de uno, varios monarcas absolutos (como el rey Sol), y con el asentimiento ciego de los miembros de sus partidos (la nobleza, burguesía y sindicatos) vivir como muchos de ellos jamás habrían pensado. Con los tres poderes…, pues en ellos ponen a sus simpatizantes, con lo que eso de la independencia es un cuento chino.
Hacen y deshacen sin contar con el pueblo, es más, lo contrario de lo que les dice la plebe, considerando que el éxito en la urnas en un cheque en blanco con el que trapichean en su propio beneficio. Algunos también, como Luís XIV, se endiosan, creyéndose que son mentes privilegiadas, superinteligentes, verdaderos salvadores, cuando en realidad llegaron al poder por conveniencia del partido y son manipulados por la banca y empresarios, haciéndoles creer que sin ellos el país estaría perdido. ¡Infelices! Son los manipulados de los manipuladores. Gentecilla que llega al poder por “necesidad de otros”, pero no por sus cualidades excepcionales. Y nosotros, el pueblo que se machaca cada día para mantenerlos, somos tan “incultos” que acatamos y encima les damos las gracias. Me dirán ustedes que no todos son iguales, que hay políticos honestos, trabajadores, responsables. Y les contestaría. ¡Toma! ¡Cómo en la época de Luis XIV!, Pero son minoría, están muy solos y nadie les hace caso. Y, por desgracia, su trabajo ni se ve y se les ningunea. Pero no hay problema. Esto seguirá así, salvo que pase algo especial, porque la política “no es cosa nuestra” ¿Verdad? Y además, si me apunto a un partido, puedo ganar dinero sin trabajar, cotizar sin trabajar y, si tengo la suerte de que alguien se fije en mí, ¡Hasta presidente puedo llegar a ser! ¡¡Y eso sin tener que hacer algo especial, puedo ser más simple que un cardo, sólo tengo que prometer lo que haga falta!!
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