Jerusalén, la tres veces santa
Laura F.
Dos veces he estado en Israel. En las dos tuve la oportunidad de visitar territorio palestino. Me llamó la atención el contraste entre este mundo y el israelí. Si bien es cierto que en el primer viaje aprecié una economía ciertamente modesta; en el segundo me alegré de comprobar una sustancial mejoría. Aún así, la diferencia económica era notable entre los dos mundos. Pero el problema real no es la fortaleza económica. No. Es la mentalidad.
El territorio que allá, hacia finales del siglo X a. C. bajo el reinado de Salomón, abarcó un espacio desde el río Eúfrates hasta el Nilo, es goloso. Diferentes culturas les invadieron y conquistaron buscando su valor. Si lo viésemos en un mapa, es apenas una pequeña cuña de terreno que cuesta ver en el mapa, pero situado en un lugar estratégico y que originariamente, se llamó Canaán. Desde siempre fue valioso pues era el único paso por tierra desde Egipto hacia lo que hoy conocemos como Oriente Medio y Asia. Además de la costa mediterránea por donde discurría el llamado «Camino del mar», «Vía Maris» o «Ruta de los Filisteos». De paisajes áridos, sólo se ve el agua en las riberas del Tigris, Eúfrates y en los oasis. Y esto es Israel, y más exactamente, Galilea. Un gran oasis que, además de lo artesanal y el pastoreo, abastecía de trigo al país y a las ciudades más importantes fuera del reino, como Tiro y Sidón. Sus habitantes fueron semitas, según la Biblia, llamados así por ser descendientes de Sem, hijo del Noé. Y este es el terreno y mezcla cultural de la que nacieron las religiones monoteístas: Yahvé, Dios y Allah. Una familia, que naciendo de un mismo padre y del mismo patriarca Abrahán, está muy mal avenida. Y de cuyo ejemplo poco hay que copiar. La letra de la convivencia la puso Dios, pero cada uno ha puesto la música que le ha dado la gana.
A lo largo de la historia, la conquista de Canaán ha sido el objetivo de los distintos pueblos, buscando poder y economía. El más poderoso es el que se lo quedaba. Y así, siempre en la historia del mundo. El último fue el Imperio Romano, en el 135 d.C., que por el carácter «peculiar» de los judíos, arrasó la ciudad de Jerusalén como símbolo de exterminio, dando lugar a la desaparición del Pueblo de Israel como entidad propia. Bautizaron la zona como Palestina. Luego, con el tiempo, la expansión islámica hizo que se asentaran allí. Estamos hablando del siglo VII, cuando el Islam comienza a extenderse. Desde entonces han pasado catorce siglos aproximadamente, hasta la 2º G.M.; después, por la situación judía después del holocausto y razones anglo-petrolíferas, los judíos quisieron volver a la tierra de sus antepasados. Y allí, empujando el culete, se encajonó. Y con paciencia y enfrentamientos continuos con los árabes palestinos, poco apoco, se ha ido quedando con la mayor parte del espacio. Ahora, que llamamos tierra Palestina, no es más que dos trozos llamados Cisjordania que limita con Jordania; y Gaza, frontera con Egipto. Para los dos bandos es su tierra. Para unos, porque llevan viviendo allí unos mil trescientos años; para los otros, porque es la tierra de sus antepasados y la que Dios entregó a Abrahán. Eso de tomarse literalmente la Torá, tiene sus consecuencias. Es como si los musulmanes reclamaran parte de la península ibérica, porque hace quinientos años vivieron aquí sus antepasados.
Puestos a reclamar, nos podríamos remontar a nuestro padre Adán. El problema es que los judíos, por «cojones», quieren tener un país, un estado propio donde cobijarse, como las demás naciones. Incapaces de compartir y siempre hay algún poder que alienta la lucha. Estas culturas que se arrogan en «elegidos» por Dios, deberían ser los primeros en llegar a acuerdos y dialogar en honor a su fe. ¿De qué ha servido y sirve que Jerusalén sea tres veces santa? Debería ser el centro de unión, de diálogo, de comprensión, de aceptación. Sin embargo, es el núcleo de discordia. Porque les voy a decir que Israel no es especialmente paradisíaca, sin embargo tiene «algo» que no tiene otro lugar del mundo. Es el sitio del que debería salir la justicia y el bien común. En Israel se ha dado la mayor confluencia de culturas, de su interacción, de su saber, de su ciencia, de su arte, se ha alimentado el pueblo de Yahvé, esto les debía de llevar a la comprensión y, además, después de lo sufrido. La Torah y Biblia rezuman en todas sus páginas lo que los israelitas (que no israelíes) han asimilado de otros. Si hay un lugar en la tierra, en el que debiera existir un organismo internacional que trabajara por la paz en el mundo, este es Israel. Los judíos tienen la OBLIGACIÓN de hacer honor al significado de su capital, Jerusalén, «Ciudad de la Paz». Si no es así, están avergonzando al Dios de sus antepasados, al que, según ellos, los eligió. Como siempre, en nombre de Dios, escondidos detrás de Su nombre, se hallan lobos con piel de corderos sufrientes. Hay mucho saduceo, que no fariseo, por el mundo.
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