Mateo Marco Amorós
Fotografía: Joaquín Marín
No soy historiador, soy nada más que un profesor de Historia, en cuanto al nombre, no tengo otro, en la enseñanza no usamos seudónimo, mejor o peor enseñamos a cara descubierta». Esta es la respuesta que Tertuliano Máximo Alfonso, profesor de historia en la enseñanza secundaria, ofrece a su sosias en «El hombre duplicado» de José Saramago.
Nosotros también: A cara descubierta en la enseñanza. Como el protagonista de la novela. Y a cara descubierta en el periodismo. En la enseñanza porque no cabe ocultarse ante la tropa. Es imposible. En el periodismo porque no nos gusta, cuando las hemos tirado, tirar piedras y esconder la mano. Año nuevo, sección nueva. Como ya ha sido alguna vez. Así abandonamos «Uno de aquellos» y estrenamos «A cara descubierta».
Desde que vivimos en Orihuela han sido varias las secciones que nos han ocupado en algún medio u otro. A saber: «Cita con las citas», «Cartas de Baltasar», «Desde la Ocarasa», «De recuerdos y lunas», «Fuego de Virutas», «Como decíamos ayer», «Vaciando el aire de las caracolas», «Diario de un inmigrante digital» y «Uno de aquellos». Antes, viviendo en Villena, fueron «Coses nostres», «Ex abrupto», «Ni rimas ni leyendas» y «Contemplación de la sorpresa». Unas más perecederas que otras. Algunas simultáneas. Y casi todas a cara descubierta. Para las únicas que usamos pseudónimo fue para «Cita con las citas» firmadas como El recitador, «Cartas de Baltasar» como Baltasar y «Contemplación de la sorpresa» que rubricábamos con el pretencioso pseudónimo de Patronio y que luego fue libro. En éstas por razones literarias escondimos el nombre, nunca para ocultarnos. Porque cuando hemos dicho lo que hemos dicho es porque creíamos que lo teníamos que decir. Sin escondernos. Consciente en ocasiones de ser impertinente y arriesgar amistades.
Y así, mientras interese lo que nos preocupa, pretendemos seguir. Porque uno no escribe para gustar. Entiéndase: Que uno no pretende el asentimiento pleno del público. Que uno escribe para compartir inquietudes y querencias. Malestares y anhelos. Si cabe la coincidencia, bien. Si no, también. Porque también en estos años hemos aprendido, y mucho, del desacuerdo de los otros.
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